Él dormía en el lado derecho de la cama, y en el lado izquierdo, dormía ella. A su lado, estaba la mesilla de noche donde se encontraba el despertador. Cada mañana, cuando sonaba la alarma, él saltaba de un lado a otro de la cama para pararlo; eso sí, muy sigiloso para no despertarla. Una de estas veces, ella le preguntó:
- ¿Por qué te levantas en vez de pedírmelo?
A lo que él contestó:
- Porque si soy capaz de hacer algo, no tengo por qué pedírselo a nadie.
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