Sí, fue tan rápido que a penas nadie lo pudo notar. Ni si quiera él, pero yo sí. Para mí sucedió a cámara lenta. Pasó en milésimas de segundo, pero lo viví y lo sentí como si de horas se tratase. Chocamos, nuestras manos se rozaron, nuestras miradas se cruzaron, nuestros corazones se pusieron de acuerdo y palpitaban al mismo compás. Nuestra respiración se cortó, y balbuceamos varias sílabas simultáneamente hasta poder recuperar el sentido. Fue entonces cuando me di cuenta de que me había enamorado, y que él de mí también.
Cogió mi mano, intentado tranquilizarme, a mí y a él mismo. Casi involuntariamente le pregunté:
-¿Eres tú mi príncipe azul?
Me sorprendí tanto al oírme decir eso, que estuve a punto de echarme a correr. Pero él sonrió complacido, como si ya supiese con antelación que era eso lo que le iba a preguntar.
-Sí, soy yo-, respondió seguro de sí mismo, mirándome a los ojos, esperando una respuesta similar.
-¿Y dónde has estado todo este tiempo?-, le pregunté.
-Con la mujer inadecuada.
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