23 de mayo de 2012

-Welcome to Paradise.

Sí que existe el paraíso, sí. De hecho yo vivo en él. No, no es mi casa, ni mis amigos, ni mi familia, ni mi instituto, ni mi pueblo, ni mi isla, ni nada parecido. Ni si quiera un buen libro lo es, ya no. Antes me conformaba con leer un par de horas y desaparecer de aquí por un rato. También me bastaba con mirarle a los ojos y sentirme segura, sentirme amada. Pero ya no es suficiente. ¿Sigues pensando qué puede ser? No te molestes, amigo. No lo vas a adivinar, porque no es nada de este planeta. Es otro mundo, uno que he creado yo solita, sin ayuda de nadie. Es maravilloso, deberías ir un día de estos, aunque no creo que puedas entrar. Hay un señor llamado Soledad, que se sitúa en la puerta para vigilar que nadie entre a molestarme. Además, no te gustará porque desde fuera se ve gris, triste y feo. Pero no juzgues todo ese mundo por la entrada, es sólo una fachada para que nadie se quiera acercar. Dentro no hay nada de soledad, ni de tristeza, al contrario, hay miles y miles de colores vivos. Allí hay una enorme biblioteca de la que disfruto día a día. Están todas las mascotas que se han muerto desde que era pequeña hasta ahora, está mi padre, mi Lapa, y toda la gente que quiero. Hay montones de instrumentos, muchísima música, de la que me gusta a mí, y con todo ello están Ray Charles, The Beatles, Queen, Black Lips, etc. A veces vienen a visitarme grandes actores como Jhonny Depp o Robin Williams, y además tengo miles de películas, las que más me gustan, de las que te hacen reflexionar. Es exactamente el mundo en el que quiero vivir. Y ya que no puedes entrar en él, te aconsejo que crees uno para ti solo, como ya he hecho yo. 
Bienvenido a mi paraíso.


18 de mayo de 2012


Allí, sentada en lo más alto, solitario y alejado de mi ciudad, comencé a cavilar sobre la vida y la muerte, si de verdad aportamos algo al mundo y si de verdad merece la pena seguir viva si ya no hay más que desgracias a cada paso que doy. En un monólogo interior, tan intenso y cambiante de opinión que cualquiera que lo oyese pensaría que de una discusión entre un viejo matrimonio se tratase, me di cuenta de que lo que haga alguien no lo hará nadie más, y que por pequeño e insignificante que sea debes hacerlo, porque para eso estás hoy aquí, para entregar al mundo una pequeña parte de ti. Para dejar huella, decía mi padre. Y lo cierto es que, alguna que otra vez, más de una, ya puestos a sincerarme, alcancé a escuchar como mi madre, conversando con quién sabe cuál de todas sus amistades, le decía:                                                     
-Ella tenía que nacer. No ha nacido para ser una persona corriente, como las demás. Ella está aquí para algo.      
Pero no venía a hablaros yo de esto.
Seguía yo en mis cavilaciones y alcancé a entender en claro que a veces es mejor no pensar, porque te puede llevar a realizar actos atroces, de los que nunca estarías dispuesto a hacer, como quitarse la vida. Sí, lo hice, soy una cobarde, lo sé. O quizás soy demasiado valiente, depende de quién y cómo lo mire. Sabía perfectamente, como dije antes, que todos tenemos una pequeña misión en el mundo, sabía que mi madre tenía razón, pero no me importó. Creí que si iba a morir, qué más daría antes o después, si lo iba a hacer igualmente.                                                   
Y hoy tengo que decir, lamentablemente, que me arrepiento. Sí, me arrepiento de haberme quitado la vida, porque vista esta misma desde el punto de mira en el que estoy ahora mismo, no parece tan lúgubre ni tan mal parada. Es más, he dejado sufriendo a muchas personas, en especial a él, mi amor. Llora sin lágrimas, porque ya no le quedan. Respira porque es un acto automático; si no lo fuese ya hace tiempo que se hubiera venido conmigo. Lo peor es que ni siquiera puedo sentir pena por ellos, ni puedo sentirme mal yo, ni puede asaltarme el remordimiento. No puedo sentir nada en este mundo, al que yo solita me he encargado de enviarme. Ese es mi castigo: ver el horror que he causado y no poder sentir nada, absolutamente nada. 


13 de mayo de 2012

Un 50%.


Cuando mi padre murió, mi madre decidió enviarnos a mí y a mi pececito Samy a un internado. Una semana después Samy murió. Fue un momento clave en mi vida. Decidí no invertir demasiada emoción en una sola cosa, porque te expones al dolor de perderla.


Una vez juré no invertir demasiada emoción en nadie.                                                                  
-Te quiero.   
-Y yo a ti.                                                                                                                                                                                                            

Te quiero Choco. Un 50%, vida o muerte. Cara vives, cruz mueres. Mi destino era vivir. A él le tocó morir.

No invertir demasiada emoción en una sola cosa. Puede parecer inteligente e incluso saludable, pero ¿de qué nos sirve vivir si no le ponemos emoción?
La vida no tiene finales felices, es cierto. Y si los tiene, hay pocos y los venden en subastas o los regalan en tómbolas. Y si no me crees, párate a pensar y date cuenta de que nos toca ver morir a la gente que queremos, y que al final los que morimos somos nosotros, haciendo sufrir, a su vez, a los que nos quieren. Que tenemos que vivir desgracias, más o menos, mayores o menores, pero siempre nos toca. Tenemos que vivir viendo como la gente más indefensa muere de hambre y nosotros sin poder hacer nada.
Pero no podemos cambiar el destino de las cosas. Así que te aconsejo que olvides todo eso por un momento y te pares a observar como sale el sol por la mañana y como se oculta cada atardecer. Que cuando veas una flor te pares a olerla, que disfrutes de la risa de los niños, que leas un libro, o dos, o tres. Date un baño en el agua del mar, respira profundamente, quédate con lo mejor de cada sonrisa. Enamórate, enamórale, viaja, da las gracias a quien las tengas que dar y dile a tu madre que la quieres. 
Juégatela a un 50%. Recuerda: cara vives, cruz mueres.


8 de mayo de 2012

Sublime.

Lo más grande que te puede suceder en la vida, como dicen en el Moulin Rouge, es que ames y seas correspondido. Y ni te imaginas lo que es despertar al lado de la persona que te ama.
Sus ojos brillan más que la luz que entra por la ventana al amanecer. Su sonrisa enloquece más que cualquier luna, en su máximo esplendor. Poder acariciarlo mientras duerme es un manjar de Dioses. Su espalda se convierte cada mañana en una delicada pista de hielo, y mis dedos en un par de patines que se deslizan lenta y suavemente desde su pelo hasta la terminación de su espalda. 
Cuando despierta en medio de la noche, me rodea con sus brazos, y entonces ya no necesito manta alguna, él me proporciona todo el calor que necesito. Son como enredaderas, que se entrelazan con mis caderas, mi espalda y mi cuello. Sus dedos y los míos se funden como si de una sola mano se tratase, y quedamos profundamente dormidos.
Dime, ¿no es lo más bonito que le pueda pasar a alguien en esta vida?


3 de mayo de 2012

Home is wherever I'm with you.




Caramelos, un buen libro, sentir la brisa en la cara, una sonrisa, sorpresas, un 10 en cualquier asignatura, abrazos verdaderos, tarta de chocolate, sentir la música, comer, beber, gritar, dibujar, quererme, la fotografía, caricias, escribir.


No, no lo hay.

Respirar, abrir los ojos bajo el agua, saltar, sentir la hierba entre mis dedos, elogios, declaraciones de amor, una buena canción, ropa nueva, nadar con delfines, un beso, pero un beso de Johnny Depp, Benedict Cumberbatch, Edgar Ramírez o de Jim Carrey.


No importa de quien sea el beso, porque sigue sin haber nada mejor.


Una cama cómoda, un buen masaje, las dos cosas anteriores acompañadas de un Brasileño, escuchar mi grupo favorito a todo volumen, entradas para un concierto de Panic! At The Disco, volver atrás en el tiempo y conocer al mismísimo Freddy Mercury, pasear por el infierno sin sufrirlo, tocar las nubes, hablar varios idiomas, conocer varias culturas, tocar varios instrumentos, volar, leer la mente, ser cualquier animal, ver la vida de mi color favorito. 

Por más que busco, no encuentro nada más congratulante y satisfactorio.

No, no hay nada que me guste más que tú.